En el corazón de la ciudad de Cali se alza majestuoso el Cerro de las Tres Cruces, testigo mudo de la historia que ha marcado el devenir de esta urbe colombiana. Sus laderas, una vez desoladas y áridas, guardan el eco de una época en la que la minería desvastó sus tierras, dejándolas desnudas y estériles, como cicatrices en la piel de la tierra.
Sin embargo, en 1937, un cambio notable se vislumbró en este paisaje desolador. Fue entonces cuando las tres cruces se erigieron en la cima del cerro, como símbolos de fe y redención en medio de la desolación. Este acto de construcción no solo se dio inicio a una tradición religiosa arraigada en la ciudad, sino que también despertó una chispa de esperanza en los corazones de aquellos que anhelaban ver la tierra renacer.
A lo largo de los años, el Cerro de las Tres Cruces se convirtió en un lugar de peregrinación durante la Semana Santa. Las antiguas fotografías atestiguan la aspereza del terreno, donde la roca y la tierra árida dominaban el paisaje. A pesar de ello, los fieles ascendían a la cima, buscando consuelo y redención en medio de la adversidad.
Pero fue a partir de la década de 1980 cuando una luz de esperanza comenzó a brillar en el oscuro horizonte del cerro. Individuos como don Edgar y Arbey, junto con otros visionarios, se propusieron desafiar la aridez y devolver la vida a la tierra desolada. Con determinación y perseverancia, iniciaron proyectos de siembra en el cerro, enfrentándose a la incredulidad y el escepticismo de muchos.
Los desafíos eran numerosos. La falta de agua, el suelo estéril y las condiciones adversas parecían insuperables. Incluso las autoridades ambientales dudaban de la viabilidad de sus esfuerzos. Sin embargo, don Edgar y sus compañeros no se amilanaron ante la adversidad. Con cada semilla plantada, renovaban su compromiso con la tierra y con la comunidad que los rodeaba.
El cerro hace más de 20 años
A lo largo de más de tres décadas, don Edgar se mantuvo firme en su labor, convirtiéndose en un verdadero héroe en el silencio. Aunque muchos comenzaron con él, él fue el único que permaneció constante en su misión. Su dedicación y sacrificio dieron frutos, y hoy, en la parte alta del cerro, se puede apreciar una reserva natural floreciente, fruto del trabajo incansable de don Edgar y sus compañeros.
Su historia es un recordatorio de la fuerza del espíritu humano y la capacidad de transformación que yace en cada uno de nosotros. Don Edgar, con su labor callada y persistente, ha demostrado que, incluso en los lugares más áridos y desolados, la esperanza puede florecer y la vida puede abrirse paso una vez más. Su legado perdurará en las generaciones venideras, como un testimonio del poder de la fe y la voluntad humana para cambiar el mundo a su alrededor.
Impulsado por su visión y su deseo de asegurar que su legado perdure más allá de su propia vida, don Edgar decide dar un paso más allá. Con el firme propósito de asegurar la continuidad y el crecimiento de su obra, funda la “Fundación Eco-Proyectos Amigos del Cerro“. Esta organización tiene como objetivo unir a jóvenes, instituciones y organismos interesados en la preservación y expansión de la reserva natural en el Cerro de las Tres Cruces. Con su lema “Sembrando vida, cultivando esperanza“, la fundación invita a todos aquellos que compartan su pasión por la naturaleza y su compromiso con el medio ambiente a unirse a este noble proyecto. Así, don Edgar y todos aquellos que han participado en esto proceso, aseguran que su sueño de ver el cerro transformado en un oasis de vida perdure para las generaciones venideras, demostrando que juntos, podemos lograr grandes cosas cuando trabajamos en armonía con la naturaleza.
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